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Mad End -VI-

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7 de Noviembre, 1897.

Lo que ayer se conoció como la masacre más despiadada que ha presenciado nuestra ciudad, hoy acaba finalmente en la plaza mayor a las cinco de la tarde.

El asesinato sucedido en el circo ambulante 'Laugh and Scream' da por finalizado la trayectoria de este negocio, que poco a poco se empobrecía. Su propietario,  al igual que otros ciento trece empleados, fue hallado brutalmente mutilado en la carpa central.
El asesino confeso fue arrestado sin oponer resistencia por las autoridades locales.

Se murmura que éste hombre (de unos veinte años de edad) padecía ciertos problemas psíquicos, y las razones que le llevaron a cometer tal acto atroz permanecen en lo más hondo del misterio.
"Estaba vestido como un bufón cualquiera, pero su risa nos aterró a todos cuando entramos a detenerlo" confesó uno de los agentes. "Era realmente grotesco, nunca podré olvidarme de sus ojos grises demenciales."

Efectivamente, fue apresado con su disfraz de trabajo, y se dice que era la mayor atracción que podía ofrecer el negocio, pero sus actuaciones eran de lo más escalofriantes: desde la práctica de ilusionismo sádico hasta la automutilación.

El juicio breve que transcurrió a altas horas de la noche después de su detención no se lo ha puesto demasiado difícil al jurado. El individuo afirmó haber acabado con la vida de sus compañeros de trabajo, y no poseía defensa que pudiera interceder por él. Por lo tanto, la sentencia ha sido contundente y definitiva: será colgado de una soga hasta morir.

Y hoy finalmente se cumplirá la sentencia.
Se hará extrañamente como acto público.

Estaremos presentes para ver la última sonrisa de este extravagante asesino comediante.





Dejé el periódico a un lado, agazapándome lejos de aquel artículo.

Así acabaría todo.

Me daba igual que hubiese matado a mi padre.

Solté un quejido cuando rocé mi pierna entablillada, y las contusiones de mis brazos también ardieron bajo mi piel.

Eran dolorosas, inaguantables, pero me lo había ganado a pulso.

Justo al llegar a casa después de abandonar el circo, mi madre me dio la paliza que ya auguraba que me esperaba. Nunca la vi tan furiosa, nunca la vi gritándome tanto, y nunca la vi propinándome tantos golpes con su bastón de plata.

Lloré, pegué alaridos al cielo, y me pareció ver a la mismísima muerte en sus ojos verdes.

Me golpeó durante horas, reprochándome millones y millones de cosas

Me rendí después de unos instantes, cuando me hallaba a sus pies, escupiendo sangre y gimiendo por los golpes. Me dio buenas bofetadas, patadas al estómago e incluso me reventó la pierna derecha.

Era algo inhumano, pero a ella le parecía que me lo merecía por ser una 'mala hija', por 'humillarla', por 'revolcarme con un cerdo piojoso'

Mis argumentos no valieron de nada, ni mis súplicas.
Se ensañó conmigo como si fuese una piñata de fiesta, pero en mi interior no había precisamente caramelos.

Mi rostro, mi espalda, mis brazos, y mis pobres huesos quedaron magullados.
Los hematomas tachonaban ahora lo que era mi piel blanca.
Y las inflamaciones instantáneas me fueron debilitando los sentidos.

Mi vista comenzaba a nublarse por la pérdida de sangre de algunas heridas abiertas, pero cuándo me esperaba el golpe de gracia, Pierre abrió la boca:

-Ya basta, querida, creo que ha sido más que suficiente.-gruñó, con su acento francés refinado, y se apresuró a interponerse entre su futura esposa y mi cuerpo destrozado.
-¡Pero Pierre, aún no he acabado! ¡Debo demostrarle que conmigo no se juega de esa manera! ¡Así aprenderá!-le protestó, con un ladrido que no era muy propio de la señorita que aparentaba ser.
-Un golpe más y la verás muerta.-masculló, arrodillándose a mi lado.

Yo solo veía un borrón oscuro por su cara.

-¡Pero seguirá igual de malcriada, y hará que nuestro viaje a Poitiers sea de todo menos maravilloso!-alegó, dispuesta a acercarse para terminar lo que había empezado.
-Mon Chérie, ¿qué más quieres? ¿Qué lo jure ante un obispo? Ya ha dicho que se vendrá con nosotros entre lágrimas, y no creo que después de esto tenga ganas de estropearte el viaje.-cortó el conde, ayudándome a ponerme en pie, pero entonces solté otro gemido por el punzante dolor de mi pierna derecha.

Un sonido seco me había informado que el hueso se había roto en uno de sus primeros ataques.

El conde soltó una maldición, y entonces me cargó en sus brazos casi sin esfuerzo.
Mi madre no añadió nada más, solo se limitó a resoplar, decepcionada.

Pierre me llevó en volandas hasta la que sería mi habitación, y me dejó en una cama que sentí blanda e inmensamente confortable.

Nunca me podría imaginar que podría ser tan fuerte siendo tan delgado, y tampoco que tuviera corazón bajo esa apariencia de prepotencia.

Recuerdo que después caí redonda ante el cansancio, despertándome aún más adolorida de lo que me había acostado.
Un fuerte latido en la cabeza me hizo recordar lo que había ocurrido, y me sorprendió gratamente verme con miles de vendajes blancos, con la pierna entablillada y un brazo inmovilizado.

Eso aliviaba algo el escozor de los cortes abiertos.

-¡Pero si estás despierta, mademoiselle!-me saludó Pierre, con una sonrisa que me pareció extraña.- Yo que toi no me movería demasiado. Las heridas eran bastante graves pero el médico ha podido encontrar un método para ayudarte.-explicó.

Se sentó en el borde de mi cama, y yo, instintivamente, me aparté, comenzando a temblar de miedo.
-No tengas miedo, no voy a hacerte daño.-me informó, alzando las manos en muestra de ser completamente inofensivo.

Intenté articular algo, pero mi garganta no respondía.
Él lo notó.

-Todavía no, debes descansar le suffisant. Pronto te traeré algo de comer, debes de estar hambrienta….-dijo, con amabilidad, levantándose de la cama, haciendo el ademán de irse.
-O-oye, ¡espera!-le dije, no sin esfuerzo. Mis labios estaban hinchados, cosa que me dificultaba el habla.
-¿Oui?-dijo, volviendo a posar su mirada en mí.
-Yo… ¿tan mal estoy? ¿Qué es lo que me hizo?-pregunté nerviosa, mirándome las múltiples vendas blancas que me envolvía.

Su mirada se puso seria, y se acercó de nuevo.

-Un brazo dislocado, el fémur de la pierna derecha fracturado, contusiones numerosas, algunos hematomas en la cabeza, cortes…-enumeró más cosas, pero perdí el hilo de la lista.

Normal que me sintiese hecha polvo.

-Vale, Pierre…-dije, al fin, cuando terminó de decirme todo lo que padecía después de aquel martirio.- Gracias, de verdad.-murmuré.
Él sonrió, apunto de marcharse otra vez, pero le pregunté una cosa más:

-¿Por qué lo hiciste?

Se detuvo en seco, sin volverse. Se tomó su tiempo para responderme, y me miró por encima del hombro.

-Como ya sabrás, no voy a casarme con tu madre precisamente por su belleza.-masculló.

Si, lo sabía. Nadie en su sano juicio lo haría. Sólo les importaba la herencia que ésta se guardaba.

-Pero aún así voy a casarme, con sus inconvenientes y sus ventajas.-soltó un suspiro.- Pero cuando la vi pegándote de esa manera, salvaje y cruel, no pude aguantarlo más.-su voz sonó firme.- Ante todo soy un caballero, y lo que menos me agrada es ver a una joven sufriendo, aunque sea a manos de su mismísima madre.

Aquello me sorprendió, y hubiera sonreído.
Definitivamente aquel conde estirado no era tan frívolo como pensaba. Me empezaba a caer bien.

-Gracias…-articulé de nuevo, antes de que él se marchase.

Ése día vino a verme unas cuantas veces más, hasta encargó a dos doncellas que cuidasen de mí, y que hicieran cuanto yo les pedía.
Mi convalecencia no se haría tan dura, ni tampoco mi futura estancia en Francia.

Eso pensé hasta que a la mañana siguiente me trajo la primera edición del periódico local.
El artículo me sentó como otra paliza.
En el poco tiempo que llevaba en la casa no había dejado de pensar en él.

"Va a ser ejecutado…"

Pierre no comentó nada, sino que se fue a desayunar como le había prometido a mi madre.
Me sentía impotente, y el dolor que se hizo lugar en mi pecho era más intenso que el de todas mis heridas.
Quería llorar.
Quería gritar mil cosas que jamás serían escuchadas.
Pero no fui capaz.
Mi cuerpo no estaba por la labor.

Y no quise probar bocado cuando una de las doncellas me trajo un delicioso tazón de leche y tostadas.
Tan solo le pedí que me ayudara a darme un baño, a cambiarme las vendas, y a vestirme.
A duras penas lo conseguí, y en un par de horas me hallaba al frente del  ropero donde varios de mis vestidos (algunos sin estrenar) conformaban una gama de diferentes tejidos y colores.

Mi elección fue la de un vestido de falda larga y corpiño ajustado, confeccionado con una tela tan negra como el azabache, y con motivos vegetales rodeando las finas mangas. Su sedosa textura hizo me desagradara menos, y la doncella me ayudó a ponérmelo no sin recibir quejas por mis brazos y piernas.

Me contemplé en el espejo de cuerpo entero que reposaba justo al lado del rústico mueble, y me horroricé con lo que vi.

Mi aspecto era lamentable, incluso mis  rizos dorados parecía haber envejecido en cuestión de horas. Mi rostro hinchado era tan solo la primera muestra de mi estado, justo con mis labios amoratados y los manchurrones rojos que enmarcaban mis ojos.
No me reconocía mí misma, pero el color esmeralda de mis ojos me ayudó a comprender lo que veía.

El vestido, de aquel color que nunca me había gustado, me dio más años a su apariencia, como si fuera una pobre viuda a punto de irse al velatorio de su amante perdido.
Y el velo del mismo color que colocó la doncella sobre mis enredados cabellos me lo confirmó.
Iría una vez más a verle, aunque solo lograra ver su cuerpo sin vida colgado de un palo.

Suspiré, apartando la vista del reflejo, y le pedí a la doncella que me pasase las muletas que el médico dejó a un lado de  mi cama.
Me apoyé en ellas una vez las tuve en mis manos, y bajé de mi habitación, en busca de mi madre y Pierre.

Los encontré en el comedor, comenzando ya con la comida de mediodía.
¿Tan tarde me había levantado?

Mi madre me recibió con un gruñido, y Pierre apartó el periódico que estaba leyendo para verme.

-B-buenos días.-tartamudeé.
-Bon jour, mademoiselle.-me respondió el conde.

Mi madre permaneció callada, mirándome a hurtadillas.

-Mamá… siento lo que ha pasado y… te prometo que no volveré a comportarme de esa manera.-gemí, intentando captar su atención.

Ella se limitó a responderme con un asentimiento de cabeza.

-Pero quería pedirte una cosa… aunque sea la última… no volveré a molestarte, lo juro…-proseguí, y su mirada cargada de desprecio me hizo retroceder.

-¿Y crees que estás en la condición de pedirme algo?-farfulló.

No le respondí, porque sabía cuál era la respuesta.

-Bien, lo sabes, así que no.-dijo, concentrándose de nuevo en el muslo de pollo que destrozaba con el tenedor.

-Pero mamá, no es nada extraño, te lo prometo, solo quiero salir… a las cinco… a la ejecución.-mi voz se quebró.

Su fría expresión volvió a fulminarme.

-Sabes que ese engendro que te ligaste mató a tu padre, ¿no?-dijo.
-Sí, lo sé…
-¿Y para qué quieres ir a verle? ¿Para dejarme en ridículo otra vez?
-No, solo quiero…-no se me ocurrió nada que añadir. Solté un suspiro, impotente.

Me di la vuelta para volver abandonar la habitación cuando el conde habló.

-Mónica, podría acompañarla yo sin problemas, y así me aseguraría de que no hiciese nada raro.-susurró, simulando un desinterés total.

Le bendije en mis pensamientos, girándome para ver lo que respondería mi madre.
Ésta se lo pensó, y su rostro regordete al final cedió con un asentimiento.

-De acuerdo, pero si sólo la acompañas tú.-respondió.

Pierre asintió, y no añadió nada más.

En mi fuero interno le daba mil gracias por interceder por mí.

Me volví a mi habitación y me senté en la cama, comenzando a picotear las tostadas frías del desayuno.

Era cuestión de esperar.
Y me limité  a cerrar los ojos y a pensar en él.

En ese payaso extravagante.
En su sonrisa.
En sus abrazos, en su voz burlona.

Y recordé la vez que decidió contarme su historia, en una de esas noches cálidas a su lado.
Su voz aún resonaba en mis oídos con la claridad de antaño.

"-Nací en esta misma ciudad. Tengo veinte años y ya desde el principio supe que ésto no iba a ser nada fácil. Mi madre, una mujer joven que trabajaba como criada en casa de unos burgueses, cuidó de mí los primeros años de mi vida. No recuerdo su nombre, pero si su cabello rojo y sus ojos oscuros; también la amabilidad y la ternura con la que siempre me trató. Era una mujer frágil, bondadosa, una de las mejores personas que han pasado por mi vida, y que me enseñó lo básico para ser un niño educado, como leer o escribir."

>>"Pero no era feliz, si no todo lo contrario. No por su trabajo, no, si no por aquel que la había dejado embarazada de mí y que cada noche volvía a casa borracho y con un humor de perros. Le pegaba, le daba palizas terribles, pero antes siempre me escondía para que él no pudiera hacerme daño. Yo lo contemplaba en silencio, hasta que mi madre terminaba tendida en el suelo, entre lágrimas y sangre, y él volvía a marcharse con la botella de licor en sus manos."

>>"Eso fue durante unos siete o seis años. Un día, el cabrón trajo consigo un cuchillo jamonero y degolló a mi madre después de la sucesión de patadas que le dio al llegar a casa. Estaba más ebrio que nunca y no le importó en absoluto matarla. Todo lo contrario, se divirtió con ello hasta que el cuerpo espasmódico de mi madre dejó de temblar. Lo quemó unos minutos después en un callejón, y fue cuando yo comencé a ser su nueva víctima"

>>"No podía salvarme, si no dejar que me golpease hasta que se aburriese. Luego comenzaron las cuchilladas, y a los diez años me hizo los cortes de la cara. Por suerte había aprendido a curar heridas con mi madre, y conseguí arreglármelas para que nunca se infectasen."

>>"Pero continuaba viniendo, y cada vez más a menudo con el cuchillo. Comencé a cansarme de aquello y, cuando tenía once años, le esperé en casa con un tubo de hierro que conseguí arrancar a la cocina que ya no utilizaba. Esperé y esperé, escondido, detrás de la puerta, hasta que apareció, con su hedor a vino barato, y con el cuchillo preparado para martirizarme. Le cogí por sorpresa y le golpeé en la cabeza, haciendo que cayese de bruces. Le arrebaté el cuchillo y le asesté puñaladas por todo el cuerpo, sin darle ni una sola oportunidad de reaccionar. Le maté, y dejé su cuerpo en el reducido apartamento."

">>No quise quedarme allí para ver como lo encontraban, si no que me hice con las pocas pertenencias que tenía y me fugué. Comenzaba otra etapa lejos de la presencia de ese imbécil, sobreviviendo a base de limosna y de sobras que les robaba a los perros cuando nadie me veía. Momentos difíciles donde aprendí las leyes básicas de la calle, a pelearme con otros mendigos por el mejor cubo de la basura, o con las ratas para encontrar la caja de cartón perfecta para resguardarse del frío."

>>"Maduré deprisa, y busqué mil maneras de ganarme unas monedas. De limpiabotas, de niño de los recados, de camarero, de criado, de monaguillo, e incluso (esto que no te sorprenda) me vendí a fulanas que tenían ganas de pasárselo bien en noches de borrachera y alcohol."

>>"Hasta que acabé de ilusionista por las calles principales, sorprendiendo a los viandantes con trucos que yo mismo idealicé. A la gente le gustaba y tenía buenos días donde  se juntaban en corrillo solo para adivinar cómo demonios me cortaba una mano sin sentir dolor y sin derramar ni una gotita de sangre. Sí, les gustaba aquello, y el dinero siempre lo invertía en asquerosas habitaciones de burdel (las de las posadas eran más caras)."

>>"Y así fue cuando me conoció tu padre, en uno de mis grandes días como mago callejero. Tenía dieciocho años y me ofreció mucho dinero, al igual que un trabajo fijo y una cama donde dormir. ¿Cómo iba a decirle que no a eso? Ni me lo pensé. Acepté, el circo me abrió sus puertas"

>>"Trabajé duro desde entonces, y mis espectáculos se abrían paso entre los demás, ganando fama. Todos sentían curiosidad de descubrir como un payaso era capaz de desmembrarse a sí mismo y luego recomponerse. El show comenzaba a extenderse, hasta que me convertí en la atracción principal. Eso hizo que Bernard le cubriesen de oro, pero nunca me lo agradeció."

>>"Nunca le caí bien, ni a él ni a los demás, pero es algo que nunca me importó. Ellos tampoco me provocaban precisamente simpatía. Me dejaban hacer algo que se me daba bien, y por lo menos mi vida podría transcurrir con algo de significado. ¿Qué más podía querer alguien como yo? Supongo que nada. Aceptaba mi situación y disfrutaba con lo que hacía: ser un payaso famoso cuya especialidad era destrozarse por arte de magia."


Eso era lo que se consideró los últimos dos años.
Un mísero payaso.

Recuerdo que lloré cuando me contó detalles terribles de sus días como mendigo.
Su vida había sido difícil, terrible, llena de necesidades y sin ningún lujo.
Nunca había pensado en cómo era el día a día de aquellos que no vivían entre palacios y bailes.
Ahora lo sabía.


Un sonido seco me sacó de mis pensamientos.
Pierre estaba en la puerta.

-Es la hora, mademoiselle.-dijo.

Consulté mi reloj y, efectivamente, faltaba media hora para las cinco de la tarde.
Me había pasado horas entre cavilaciones y recuerdos, mirando al vacío.

Ahora era el momento.
Me levanté con ayuda de las muletas y salí de la habitación cogida del brazo del conde, que permanecía muy de cerca por si me fallaban las fuerzas.

Salimos de la gran vivienda y subí al carruaje.
Pierre entró después de mí y se sentó a mi lado.
Los caballos comenzaron a trotar, alejándonos de la casa señorial.

-Bien, Sara, quería decirte que, pase lo que pase, estaré a tu lado cuando ocurra ¿D'accord? -dijo el conde.
Asentí y me recosté de su hombro.

El viaje iba a ser algo largo hasta la plaza.

"Nunca he tenido a alguien que me ayudase o que me mostrase el más mínimo gesto de gentileza o compasión, no fui más que un hambriento más del montón."

Su voz aún permanecía viva en mi cabeza, y me habló durante el trayecto, contándome aún sus experiencias.
Hasta que el carruaje se detuvo, y Pierre me indicó que ya habíamos llegado.

Nos bajamos y caminamos entre la muchedumbre que se agolpaba en frente un cadalso de madera oscura, donde dos vigas sostenían una tercera de la que pendía una gruesa soga.
Llegamos hasta las primeras filas, y el conde me dejó su larga capa oscura sobre mis hombros, en señal de que estaba allí, y de que seguiría estando cuando ya hubiese pasado todo.
Su brazo se instaló sobre mis hombros, y permaneció vigilando a los demás que iban llegando.

La plaza se encontró llena en unos instantes, entre murmullos y chismorreos.

Extrañamente, el sol se asomaba entre las frías nubes otoñales.
"Hace buen día" pensé, y cogí la mano del conde, oprimiéndola débilmente.
El gran reloj marcó las cinco de la tarde.



                                                        * * *



Los guardias entraron en la celda con prisa. Lo que hallaron no les pareció nada agradable: el reo estaba echado en el suelo, riéndose con la misma intensidad que la de hace horas.
Les echó una mirada divertida y se levantó.
Miró las paredes de la fría prisión con todos los 'HA HA HA' que había grabado con los dientes puntiagudos de su dentadura postiza. ¡Toda una obra maestra!

Una de los guardias se estremeció.
Procedieron a encadenarle con oxidados grilletes y grandes cadenas. Le arrastraron fuera de la celda, haciendo caso omiso a sus carcajadas.
El viaje en carruaje se les hizo eterno. Aquella mirada de metal les ponía de los nervios, y querían pensar que no había nadie más que ellos en el vehículo.
Por desgracia, él no se lo permitió.
Farfullaba entre dientes cosas ininteligibles, acompañando sus palabras con risitas histéricas.

Los guardias solo querían acabar con aquello de una vez.
Y, cuando llegaron a la parte trasera de la plaza, suspiraron de alivio.

Lo bajaron con brusquedad, atravesando el edificio entero para legar hasta el cadalso.

El payaso sonrió al oír el bullicio, y no pudo evitar soltar más carcajadas cuando pudo ver a toda la gente que se había presentado para su ejecución.

-¡Vaya! ¡Cuánto público!-murmuró, y los rayos de un tímido sol alumbraron sus rasgos.

La muchedumbre lo recibió con abucheos, con insultos, e incluso arrojándole cosas.
Los guardias hicieron un gran esfuerzo para llevarle hasta lo más alto de aquellas escaleras de madera, pero él se había quedado inmóvil ante los gritos de la gente.

-¡Malnacido!
-¡Asesino!
-¡Asqueroso!
-¡Hijo de mala madre!
-¡Cabronazo!
-¡Maldito bufón!

Aquello era música para sus oídos, como aplausos, como vítores.
Se sentía orgulloso de lo que había hecho.
Y se echó a reír, literalmente, en el suelo.

Los guardias comenzaron a gritarle para que se levantara, pero ahora sus voces no eran más que murmullos para él.

"Un demonio de sonrisa eterna que mató por que alguien le arrebató lo único que tenía que perder…"

No recordaba lo último de la frase, pero le daba igual.
Ahora lo llevaban a rastras cuatro agentes.
Lo dejaron tirado sobre la tarima del cadalso.

Fue el propio verdugo encapuchado quien consiguió incorporarle y mantenerle de pie.

Su risa seguía aún elevándose entre los bramidos de la multitud.

El alcalde dio un paso al frente y calmó la situación con un gesto.
Todo se quedó en un aparente silencio, plagado de murmullos malhumorados.

-Cómo todos sabéis, estamos aquí reunidos para llevar a cabo la ejecución de este hombre, imputado de ciento catorce asesinatos, todos ellos ocurridos ayer.-comenzó a decir el político, mirando de reojo al acusado.- Que Dios se apiade de su alma y que, allá donde vaya, sea ajusticiado por los pecados que ha cometido.

Más insultos llovieron sobre él.

El verdugo lo llevó hasta la trampilla central de la tarima, y ató la cuerda alrededor de su cuello.

Él se concentraba en mantener una macabra sonrisa en todo momento, desafiante hasta el final.

El capellán se acercó a él con cierto temor, y abriendo la sagrada escritura que llevaba en mano, lo persignó.

-¿Algunas últimas palabras antes de morir?-le preguntó, con voz temblorosa.

El payaso se lo meditó un instante, y su sonrisa se ensanchó.

-Que os jodan a todos.-vociferó, acabando la frase con más carcajadas desquiciadas.

El reloj marcaba cinco minutos pasados de las cinco.
El sol seguía alumbrando.

"¡Qué buen día para morir en público!" pensó.

El alcalde lo vio un instante más.
Presentaba un aspecto realmente miserable, comenzando por lo que un día fue un lustroso traje circense de gran belleza, que ahora no era más que jirones que colgaban de su pecho semidesnudo. Sus cicatrices se veían perfectamente tras el maquillaje sucio y difuminado de su rostro, y sus cabellos revueltos parecían más bien marrones tras la capa de polvo que les cubría. Se fijó en los cardenales que tenía tanto en la cara como en sus partes descubiertas.

La policía no había hecho un mal trabajo al apresarle a base de porrazos.

No, en absoluto, aunque no habían acabado con su ego.

Retrocedió unos pasos y esperó al verdugo, que ya caminaba hacia su respectiva posición.
La palanca que daría fin al payaso estaba bajo su poder.
Solo esperaría el asentimiento del regidor.

El bufón miraba complacido al gentío, con ojos llenos de rabia y odio.
Miró desde los más alejados a los que se encontraban justo en primera fila.
Los fulminó, los maldijo con palabras no pronunciadas, los condenó por ser tan hipócritas y tan indiferentes.

Muchos de ellos eran asesinos, rufianes, que ahora se limitaban a ultrajarlo.
Putas, traficantes, ladrones, maltratadores, mendigos…
¡Cuánta variedad de escoria ante sus ojos!
Y por eso se reía de ellos.
No serían recordados.
Sus huesos quedarían inmersos en el olvido.

Pero él, el payaso que acabó con más de cien personas en un solo día, viviría para siempre.
Su demencia se lo proponía con dulces palabras al oído.

Y continuó paseando su mirada, hasta que algo le llamó la atención.
De los más allegados, había una figura envuelta en telas negras que no se burlaba de él ni le insultaba.
Sus ojos verdes le miraban sin perder detalle bajo aquel velo.
Era la primera vez que la veía vestida negro, y mostraba un porte aún más deprimente que él.
Había sido objeto de un brutal castigo, se notaba, pero su delicadeza seguía allí.

Era lo único que tenía que perder y lo que le fue arrebatado.
Aquella niña de cabellos de oro que conquistó su corazón hacía solo dos meses atrás.
Aquélla que le hizo sentirse digno de vivir, que le alejó del vacío del circo por un tiempo.
Aquélla que le sonreía sin pedir nada a cambio, y que vio más allá de su maquillaje y su gorguera.
Aquélla que le hizo vivir como nunca antes lo había hecho.
Aquélla que le hizo sentir que era libre, que era único, y que tenía todo y cuanto quisiera poseer.
Aquélla que fue su tesoro, que fue más que nada para él.
La luz al final de aquel túnel que constituía cada amanecer.

"Sara…" pensó, y su cordura volvió a él, como bala disparada a su sien.

La joven le miraba con tristeza y dolor, refugiada bajo el abrazo de un hombre que no supo reconocer.
Ella estaba allí, para verle una vez más.
Entonces una perla brillante se deslizó por su rostro de porcelana, con lentitud, con pesadez.
Y al payaso se le derrumbó el alma a los pies.
El ego sucumbió a un dolor profundo que atenazó su corazón.

Deseaba decirle que todo iría bien, que no se preocupase.
Deseaba abrazarle con todas sus fuerzas para decirle todo lo que una vez sintió por ella.
Deseaba, más que nada, rogarle de rodillas que no llorase por lo que estaba a punto de suceder.

Y su sonrisa desapareció cuando los labios de ella pronunciaron débilmente unas palabras que supo reconocer al momento.

¡Cuántas veces lo había escuchado!
¡Cuántas veces había soñado con su voz!
Y ahora no lo haría más.
Por última vez la veía.

Una viuda de luto, de cabellos dorados y ojos verdes.
Y fue lo último que captó su retina.

El alcalde dio la señal y el verdugo accionó la palanca.
Y, cuando la perla cristalina cayó finalmente del rostro de la joven, los pies del payaso ya no tocaban la trampilla.

En aquel último segundo lo único que le acompañó fue ese susurro.









"Te quiero, Pierrot."
Y se acabó T.T
Casi lloro escribiendo el final.
(me odio a mí misma por haberlo matado de esa manera)

Espero que os llegue tanto como me ha llegado a mí :)

Aviso: Si, es largo XD me ocupó quince páginas XD

[tengo pensado hacer un capítulo Quinto, y dejar el Mad Clown como Prólogo, ya os avisaré cuando lo cuelgue (Gracias por aconsejarmelo, :iconcirkadia:) :D]

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Photo by :iconracheldesbois:
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Xymphonie's avatar
Dios, me ha encantado. pero casi que no era capaz de leer con las lágrimas. :crying: :tears: