Aullidos mañaneros, aullidos trasnochados, aullidos de agonía, aullidos de nostalgia.
En el fondo, la foresta no es tan oscura. Los cedros se muestran camaradas de viaje, y las ramas finos dedos que nos cubren del sol, del arrogante sol que nos roba el misterio a nuestros pasos.
¿Qué es lo que nos queda al final en esta vida de soledad?
Enseñar los dientes y hacer que nuestros ojos brillen en la placidez de una noche de luna llena.
Algo que nos eleva, algo que nos lleva lejos de nuestro nido de amor, bajo la melodía angelical de un don nadie.
Ya no hay nanas para dormir, y la caperuza carmesí ya se nos
¿Por qué temblar en vano cuando ya estaba condenado? ¿Por que mis rodillas flaquean ante el miedo, ante lo que está a punto de suceder?
La gelidez de los barrotes ya me ha anunciado ese instante cientos de veces, cual susurro al oído, cual verdad irrefutable. ¿Qué más puedo hacer si no esperar con paciencia?
Supongo que, como ser humano, me toca estremecerme ante el miedo de que perderé la respiración y un dolor inmenso atravesará mi cuerpo, haciéndome convulsionar hasta que la muerte me arranque lo que me queda de aliento. Y todo ello bajo la ridícula forma de una cuerda y un